31 julio, 2009

Alianza Patriótica: ¿el partido del reciclaje?

Alianza Patriótica ha finalizado su proceso de inscripción a escala nacional, ha nombrado sus autoridades de partido y hasta tiene ya tres precandidatos en su cortos meses de existencia como opción presidenciable y no solo como el partido provincial que fuera.

Alianza Patriótica se vende como el partido del , tomando como uno de sus ejes fundantes el ideal de unidad de los diversos sectores que se opusieron a la aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y los Estados Unidos, así, busca convertirse en una opción que aglutine, y, viesta su conformación , efectivamente lo que aparece es un conglomerado de personalidades que lideraron la lucha por el en la jornada del 2007.

Sin embargo, la duda es si será suficiente esa postura común ante una coyuntura específica para poder construir un discurso articulado que proponga un modelo de estado para Costa Rica.

Alianza Patriótica une experimentados dirigentes sindicales con líderes arroceros y otros activistas, vemos como desde los sectores políticos llega la última disidencia liberacionista (Rolando Araya, Mariano Figueres, Oscar Campos, ...), que se une con sobrevivientes de la izquierda tradicional (Manuel Mora Salas); con dirigentes que pasaron por varios partidos políticos como Célimo Guido (Liberación Nacional, Fuerza Democrática), Oscar Aguilar (PUSC, PAC) o Gerardo Trejos (Partido del Progreso, Fuerza Democrática, Liberación Nacional); con excandidatos de partidos confesionales cristianos (Sherman Thomas -Renovación Costarricense-), más un largo etcétera.

Ese panorama hace que de entrada no podamos visualizar este partido como una opción novedosa pues sus principales dirigentes vienen de años y años de andar en la escena política nacional... por el contrario, lo que percibimos es un partido que está naciendo como el espacio para reciclar figuras cuyo asidero anterior no es funcional en la actualidad dadas sus posturas ante el TLC, y a partir de ahí, ante el modelo de desarrollo neoliberal defendido por los últimos gobiernos.

Ideológicamente, no hay un perfil en Alianza Patriótica (cómo conjugar el socialcristianismo, con la socialdemocracia, con el socialismo, con el cristianismo de base evangélica, con el socialismo cuántico, con todo lo demás...), por ello, hasta ahora su propuesta se articula más en un querer ser a partir de lo que no se quiere ser. Su propuesta es más clara en el qué no se quiere más que en el cómo construir lo que se quiere.

Ese panorama hace que el trabajo para construir una base programática coherente sea mucho y apremiante, y que el reto de mostrarse ante el electorado como una opción viable, con posibilidades de crecimiento, con proyecto de desarrollo, y -lo más difícil- como una opción que refresque a escena política sea todavía mayor.

Alianza Patriótica se muestra además como uno de los partidos que propugna una gran coalición nacional contra el continuismo arista; sin embargo, cuando la posibilidad de lograr esa unión de tan disímiles sectores políticos es cada vez menos probable; la gran interrogante es, hasta dónde más bien se le hará un favor a la consentida de los dos hermanos.

17 julio, 2009

¿La OEA es cosa de risa?


La crisis política de Honduras tuvo protagonismo clave, apenas consumado el golpe de estado, en la Organización de Estados Americanos. Reuniones extraordinarias, visitas del Secretario General al lugar de los acontecimientos, encendidos discursos de multitud de embajadores, rasgar de vestiduras por la democracia...

La situación ha sido tal, que el organismo decide aplicar lo consagrado en su carta constitutiva y, hecho insólito en la historia de un organismo que tradicionalmente reconoció rápidamente a los gobiernos golpistas, suspender a uno de sus miembros.

Pradójicamente, en su reunión anterior, la OEA decide echar hacia atrás y permitir que Cuba reingrese al organismo, si así lo desea y da pasos hacia una mayor apertura democrática, más de cuarenta años después de haber sido expulsada dada su conversión al peligrosísimo comunismo de las épocas de Guerra Fría. La OEA en los sesenta podía aceptar dictaduras de derecha y estados de seguridad nacional violadores de los derechos humanos como pocos, pero nunca un gobierno de corte socialista, revolucionario y cercano a la finada Unión Soviética.

El caso cubano permite ver un asunto muy sencillo, la medida no funcionó para nada. El gobierno de Castro se mantuvo-mantiene en el poder, el sistema socialista sigue en Cuba, y la OEA muy bien gracias...

Así, ante la crisis política hondureña y la suspensión de Cuba del organismo, vemos nuevamente lo limitado de las acciones y la casi nula efectividad de las sanciones de la OEA.

El gobierno golpista se mantiene, las fronteras hondureñas siguen abiertas (no permitirían los grandes empresarios centroamericanos ver afectados sus intereses económicos por más defensores de las libertades y la democracia que se digan ser...), el estado de sitio y el toque de queda siguen vigentes, el presidente Zelayaanuncia nuevamente su entrada a Honduras...

La OEA ha ido perdiendo protagonismo en el proceso, los intentos de mediación y diálogo son auspiciados por el gobierno de Costa Rica, el presidente depuesto busca apoyo en diferentes gobiernos a partir de medidas concretas (corte de relaciones diplomáticas, no reconocimiento del gobierno golpista, suspensión de las ayudas financieras, entre otras). Así, la presión internacional sigue y puede aumentar, pero la OEA no tiene ya mayor peso... sus medidas no son suficientes para forzar una reinstalación del gobierno y una vuelta al orden constitucional.

Las intervenciones del secretario general del organismo son cada vez menores y juzgadas ahora desde su interés reeleccionista, lo cual le resta legitimidad ante la crisis política y con ello, le limita aún más sus márgenes de acción en busca de una salida al problema hondureño.

Cuarenta y resto de años después, el caso de Honduras, y el caso cubano, no hacen más que recordarnos como dijera Carlos Puebla que la OEA es cosa de risa...

08 julio, 2009

Honduras... mucho más que un golpe



La situación que ha estado viviendo Honduras desde el domingo 28 de junio nos ha tenido en una gran incertidumbre. ¿Volverá América Latina a épocas como aquellas en que los militares junto con las oligarquías ponían y quitaban presidentes a su antojo o habrá aún esperanza para ver consolidar la institucionalidad democrática?

Tan solo hace veintisiete años salía del Ejecutivo hondureño el último dictador, tras otro tanto de juntas militares y golpes de estado, solamente siete sucesiones de presidentes electos por la ciudadanía nos alejan de la última dictadura.

En estos veintisiete años, Honduras se mantiene como uno de los tres países más pobres de Latinoamérica, como uno de los territorios más afectados por la violencia y la inseguridad, como uno de los estados con mayores problemas de distribución de la riqueza.

Ante ese panorama, no es casual lo ocurrido, la polarización política a la que llevó el gobierno de Zelaya, principalmente desde que se acercó a los sectores populares y tomó medidas progresistas, propiciaron la salida que tradicionalmente han utilizado los sectores hegemónicos: la utilización del ejército y la sustitución del gobierno.

Sin embargo, el caso hondureño nos está demostrando que los tiempos han cambiado. Más allá del desenclace que esta situación tenga; la comunidad internacional, quizás por primera unánimemente, se ha alzado contra el gobierno de facto y ha exigido la reinstalación del gobernante democráticamente electo.


Ante la reacción internacional, lejanos parecen los días donde más bien era la potencia hegemónica en la región la que propiciaba golpes de estado y definía gobernantes de turno. Lejanos parecen los días en que la "seguridad nacional" podía más que cualquier intento democrático; lejanos parecen los días en que el fantasma del comunismo -que como vemos aún ronda y asusta a muchos- era suficiente para romper la legalidad y desaparecer gente.

En Honduras se está jugando mucho más que su situación interna. El desenlace del caso hondureño será aleccionador en el entendido de que deberá quedar desterrada la práctica de usar al ejército para sacar presidentes e instalar nuevos ejecutivos; o será el que abra nuevamente el portillo para que los sectores hegemónicos sigan gobernando a discreción apoyados en el ejército y los toques de queda.

El caso hondureño será el que reempodere a las fuerzas militares por encima incluso de la voluntad popular, o será el que le dé un nuevo aire a los sistemas democráticos tan desencantados y desgastados con que vive nuestra América, a pesar de ser tan jóvenes en la mayoría de los casos.




El caso hondureño deberá ser el que recalque a los gobernantes que la representatividad se ejerce para todos, que la legitimidad se construye, no se impone; y que solamente logrando grandes acuerdos nacionales a partir de mecanismos dialógicos se podrá construir gobernabilidad y una sociedad más inclusiva.

Hasta hoy, Honduras nos muestra una encrucijada más cercana a nosotros de lo que pensamos, ojalá sea finalmente, un reconstruir la esperanza y no una dolorosa vuelta a las tradiciones golpistas que tanto daño han hecho a América Latina.
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