08 julio, 2009

Honduras... mucho más que un golpe



La situación que ha estado viviendo Honduras desde el domingo 28 de junio nos ha tenido en una gran incertidumbre. ¿Volverá América Latina a épocas como aquellas en que los militares junto con las oligarquías ponían y quitaban presidentes a su antojo o habrá aún esperanza para ver consolidar la institucionalidad democrática?

Tan solo hace veintisiete años salía del Ejecutivo hondureño el último dictador, tras otro tanto de juntas militares y golpes de estado, solamente siete sucesiones de presidentes electos por la ciudadanía nos alejan de la última dictadura.

En estos veintisiete años, Honduras se mantiene como uno de los tres países más pobres de Latinoamérica, como uno de los territorios más afectados por la violencia y la inseguridad, como uno de los estados con mayores problemas de distribución de la riqueza.

Ante ese panorama, no es casual lo ocurrido, la polarización política a la que llevó el gobierno de Zelaya, principalmente desde que se acercó a los sectores populares y tomó medidas progresistas, propiciaron la salida que tradicionalmente han utilizado los sectores hegemónicos: la utilización del ejército y la sustitución del gobierno.

Sin embargo, el caso hondureño nos está demostrando que los tiempos han cambiado. Más allá del desenclace que esta situación tenga; la comunidad internacional, quizás por primera unánimemente, se ha alzado contra el gobierno de facto y ha exigido la reinstalación del gobernante democráticamente electo.


Ante la reacción internacional, lejanos parecen los días donde más bien era la potencia hegemónica en la región la que propiciaba golpes de estado y definía gobernantes de turno. Lejanos parecen los días en que la "seguridad nacional" podía más que cualquier intento democrático; lejanos parecen los días en que el fantasma del comunismo -que como vemos aún ronda y asusta a muchos- era suficiente para romper la legalidad y desaparecer gente.

En Honduras se está jugando mucho más que su situación interna. El desenlace del caso hondureño será aleccionador en el entendido de que deberá quedar desterrada la práctica de usar al ejército para sacar presidentes e instalar nuevos ejecutivos; o será el que abra nuevamente el portillo para que los sectores hegemónicos sigan gobernando a discreción apoyados en el ejército y los toques de queda.

El caso hondureño será el que reempodere a las fuerzas militares por encima incluso de la voluntad popular, o será el que le dé un nuevo aire a los sistemas democráticos tan desencantados y desgastados con que vive nuestra América, a pesar de ser tan jóvenes en la mayoría de los casos.




El caso hondureño deberá ser el que recalque a los gobernantes que la representatividad se ejerce para todos, que la legitimidad se construye, no se impone; y que solamente logrando grandes acuerdos nacionales a partir de mecanismos dialógicos se podrá construir gobernabilidad y una sociedad más inclusiva.

Hasta hoy, Honduras nos muestra una encrucijada más cercana a nosotros de lo que pensamos, ojalá sea finalmente, un reconstruir la esperanza y no una dolorosa vuelta a las tradiciones golpistas que tanto daño han hecho a América Latina.

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